12 octubre 2005

voluptuosidad genética

escucho con sorna que el carácter ensancha el espíritu. ¿entonces creen esa es la razón de mi voluptuosidad genética? ¿qué opinarían ahora de mi llamativa voluptuosidad los átomos que se acuartelaron en mi pecho? ¿hallarían gemidos provocadores a mis espaldas los que me anteceden o suceden? ¿borrarían las miradas lascivas y la esperma de baba que dejó su rastro de sangre en la arena?
no fue así en el estreno estacional primogenio, cuando todo permanecía hermoso y salvaje, cuando era pequeña y amorfa plasticina. entre más ingenioso y original se convertía mi carácter, más veía mis senos comenzar a flotar alzándose dos grandes esferas que circulaban el cielo. era fabuloso sentirlas libidinosas en la gravedad, asociar acoginable con encojonable y sentir que a la altura que quedaban nadie tendría necesidad de arrodillarse. de primera intención el movimiento, la brisa fría o el agua de azahar las convertían en toronjas maduras y era de puro orgullo de hembra ver que la mira de los ojos de un hombre iba disparada hacia el inigualable pezón izquierdo, que por puro revolucionario consistía en el primero en levantarse del sueño, hasta dirigirse hasta el derecho, más democrático, y por ello, más burócrata. pero transcurría la modorra con los días, y ya no tan sólo se ensanchaba el espíritu pectoral. ahora además de la gallina pechugona en mi torso desnudo, se inflaban las caderas, el clítoris, la montaña rusa de mi espalda y el esternón. la materia se engrandeció a niveles tan descomunales, que ese instante también comenzaron a levantarse mis palabras. gritaban al unísono, mientras discernían entre alguna tonta teoría platónica y la evolución en reversa del sexo en las ballenas. y ya no fue tan levitante el vuelo sobre el recuerdo del primer sostén, ni verlas tan deprimidas cuando comenzaron a bajar el rostro, antes orgulloso y juvenil, y ahora cansado y agrietado. para par de males, tardaron mucho en dejar de crecer, perdiendo la cuenta del tiempo y espacio. cuando lo dejaron de contar, ¡por fin!, sintieron que el mundo transcurría como un minúsculo microbio dentro de sus inmensidades catastróficas.
resulta plausible que, en ciertas coyunturas, se levanten con cierta modestia, en otras oportunidades, hasta un oso dormiría infantilmente sobre ellas y entren días en que la única esperanza convenga sonreír de cara al sol. pero el pasado es irreversible genética, y por más que busque utópicamente el origen de la materia plana, ese rasgo tetónico del espacio y espíritu seguirá, inevitablemente, instaurado en mis condolencias.