12 octubre 2005

me introduzco

decido jugar a la bibliotecaria y encuadernar los recuerdos de la indivisa personal de las que me residen. rompo así en calor y a puerta abierta. el desnudo se viene a contravientos. decide posar hacia la semilla, allí donde se ubican las vísceras de los sueños pervertidos, de las fotografías sepias de antaño, de las realidades calcinadas en el horno donde he soñado una vida simple, amorfa. unifico mi múltiple albor, el que salta airoso de la linterna. se apaga frecuentemente, pese al gasto de gas propano. las recomendaciones de mi psicólogo, en estos casos, no obran tan descabelladas: tener disponibles a la mano cualquier otro gas: lacrimógenos, suicidas, románticos, oxigenados, sicodélicos, licuados con ajenjo y olor a rosas.

pero cómo se me olvidan sus indicaciones ante la insidia de sus negros ojos demoníacos.

en aquel momento recurro a medidas trascendentales: embotellar un rayo de sol (luego de rayarlo en tiras finas como las grandes alamedas) en una botella al mar, por supuesto, con un cuerpo con alto calibre de clandestinidad, abrazarse con una lámpara por 3 minutos hasta que ésta funda su energía o transmita los 100 watts de un onanismo forzado, o esperar a que la humanidad crucifique a otro judío para crear una oscuridad tal que haya necesidad de succionarle toda la energía posible a las verduras.

habría de reírme, pero de nada sirve.

es cuando, ante el éxtasis espiritual de cada visita al consultorio de mis múltiples fantasmas, que mi cadavérico olvido de mí misma logra que mis demonios internos, esos entrañables ángeles caídos que moran en mí, devuelvan la luminosidad robada y salgan en estampida de búfalos, como en días de carnaval.

se encuentran ustedes, a la sazón, cordialmente invitados a detenerse en el solsticio de invierno con su magia desvirgadora, sus consecuencias y orgías espirituales.

notificación del cirujano general : y el que advierte, no es traidor.