12 octubre 2005

claustrofobia, yo

siento, entrañablemente, aún con el pecho abierto, que estoy encerrada. entre libros, música y luciérnagas de madrugada construyo mis barrotes. la luna que se refleja a través de mi ventana cerrada resopla sobre las trenzas de una niña que se ríe tal diosa en una vieja fotografía familiar. al otro lado del mundo continúa un hombre torturado por sus ideas, pero ella ríe con su genuina inocencia e incomprensión. no puedo advertirle que el mundo afuera se cae a pedazos por que aún no me conoce, aún ella y yo no congeniamos, ni en la primera menstruación ni el primer orgasmo. en su mundo no entran las torturas ni los marginados, ni las injusticias ni la maldad; su mundo pertenece al país de nunca jamás. es la alicia que duerme entre rosas y eucaliptos, con la impresión eterna de arropar hasta el cuello a la bella durmiente para no encontrarse con aquella otra niña degollada que vio por la tele o aquella otra que anda envenenada, cubierta de patéticos y verrugosos enanos flotando sobre el támesis. fueron, me dirá cuando crezca, (¡vaya tiempos aquellos!) tiempos de futuro; pero yo sé que eso no consta y aún así no quiero herirla. por eso guardo su recuerdo en una gaveta bajo llave, llena de dibujos de casas mayores y poemas de estricto amor, donde aún sigue sonriendo en el tiempo, no sé ya si por costumbre, ignominia o puro desconocimiento de la situación.