12 octubre 2005

viajeros



insularismos continentales
a santiago de chile

recorren erectos las calles, con esa gravedad a medias que tienen los que en el bolsillo descubren el universo. la ciudad se preña de gente, de yupis y gentels, de smokings y lentejuelas baratas, de burócratas y redactores de proclamas, de argentinos y mañanitas, mojitos y empanadas, de tortas de cemento y de asfalto relleno de periódicos locales. y caminan las luciérnagas en pleno sol. el rojo cubre el barro, pero no se ha derramado la sangre de revoluciones; sólo dos o tres tiros que se han encomendado a un dios en el que no creen. la música está presente en los que corren y esto les sirve de antidepresivo cuando duermen. los edificios le siguen sirviendo de columnas, a la gente, como estrenos atrás, pero nadie sigue viviendo en ellos. es que se hallan en las alamedas y no se han percatado de su inmovilidad, flotando fugazmente sin sueño; un insomnio que ni los sea harriers han despertado.


líneas paralelas

un avión cruza el atlántico llevando consigo 150 personas que no mirarán sus rostros por temor a verse en un espejo. otro avión, hacia occidente, se dirige al pacífico con 200 turistas armados de cámaras fotográficas. otro más tropical y primitivo, levanta vuelo pesado hacia la ciudad de los rascacielos con 300 personas a bordo que lo sobrecargan con neveras llenas de pescados frescos, cajas de plátanos y postales paradisíacas. uno de ellos sale del polo sur, tan sólo para un encuentro romántico con groenlandia mientras varios de ellos, pequeños y febriles, se estrellan en las rocallosas. he de preguntarme entonces: de todas esas líneas paralelas cómo pudimos cruzarnos en el camino tú y yo.

clases de aviación

cuando se viaja se toman precauciones innecesarias. se catalogan las incertidumbres alfabéticamente, los libros de borges entre reaccionarios y nocivos, y se resalta el morbo o la ternura del álbum turístico de un viejo dictador cualquiera. todo lo innecesario que el mar, muy probable, se tragará. no acaecen seguros imprevistos, sabe el viajero, para eventuales metamorfosis. adempero, bien vale estrellarse contra una vaca que tratar de superar la crisis del petróleo. la sugerencia en desastres de esta naturaleza es enredarse en el abundante ramaje negro de una bonita cabellera y como una mosca aerodinámica, capaz de deslizarse a 100 kilómetros por hora y jugar al surfing deportivo, empezar a aprender a volar. esto tiene sus inconvenientes. pero ante la probabilidad de cábala de no poder convertirse en un bicho volador brotan otros vuelos alternos. la transculturación puede servir en ciertos casos, pero ojo, no vaya a ser que se convierte en un delfín en los andes con rumbo suicida o el hecho de que intente planear con una ventisca tiernamente homicida por el estrecho de magallanes. en todo caso, viajar lo puede hacer cualquier gallo. sobre todo en un viaje transatlántico por las grandes alamedas que oscilan pacíficamente desde tu cráneo hasta aquellos ancestrales vientos del sur. cuando se viaja, ya dijimos, se toman precauciones innecesarias; las necesarias nos convierten en piedras, como la mujer de lot.