12 octubre 2005

el diablo

aprendí, al conocerlo, que los cacharros no se dicen como se quieren decir ni son como lo que son. caminaba por buenos aires y pisaba a gigantescos zancazos toda la avenida rivadavia. vestía un jersey negro y hablaba de ser un tipo como goyeneche, hasta que caía el invierno. entonces se entristecía como es usual y ya no lo veíamos más, invernando en silencios sustanciales. regresaba en la primavera, cargado de añoranzas y utopías de clase proletaria además del polvoreado smoking bohemio. abría las ventanas y desnudaba su pecho plano donde humildemente había tatuado un petirrojo rojo. llegó el día que, incluso, le vimos llorar como magdalena por pura indignación ante la triste caída del precio del azúcar y ni recordar su eterno malestar con la competencia desleal de los políticos hacia su persona.
pobre diablo, aunque se hartase de dictarse muy viejo y muy diablo, aún conservaba intacta la melancolía de los que alguna vez han soñado.