12 octubre 2005

días contados


si supiera contar mejor, o hasta diez (que es suficiente), diría que vivo con los días contados. no es que me convirtiera de la noche a la madrugada en un tierno asesino que enamora escarabajos bajo la luna. tampoco es que haya decidido embarcarme en un viaje del carajo a las islas Galápagos en clara intención de escapar, por aquello de haberle robado varios bacanales y otros cientos de trasnochadas. lo que me acerca al final aparece mucho más simple y cotidiano y no por ello menos mortal: la congoja que embargan mis propiedades corpóreas al deshojar el almanaque.
desde que tomé conciencia del poder de deshojarlo con cada día que pasaba, la vida ya no tuvo el mismo modo de mirarse. los días pasaban a grandes patadas, brincando o arrastrándose por el suelo, dormían, fornicaban o se detenían sin ton ni son. el lunes, por ejemplo, voló hace una semana atrás, dejándonos con una modorra sólo superable con la trasnochada del viernes. ni hablar del martes, que se volvió tan loco que consideró convertirse en un mártir de la causa y en su estilo muy kamikaze se lanzó con todo y bomba dentro de un centro comercial en la hora de más ahorro. antes de morir declamó todas las consignas socialistas más conocidas, improvisó varios sonetos no muy originales y, ni modo, suspiró por última vez con la internacional. el que menos esfuerzo me causó de arrancarle fue el miércoles. sentado, se sentía como todo un rey midas, esperanzado de ser la yema de un huevo. la barriga se le resoplaba y la mira en mi ojo cortante advertía el justo medio en dónde lanzarle la primera bala, certera como sus propias necedades. no hubo necesidad de ello. el pobre no resistió que llegase alguien más alegre y joven que él, así que terminó en las tertulias literarias de entertainment guy , tipo las vegas, con gabardina verde y compartiendo con dos o tres viejas que le pedían las canciones de sandro de américa. fue sustituido por el jueves pre-sexy-social. este chico, contrario a su antecesor, me causó algo en la semana que no pude tragar con facilidad, como cuando el gusano de la tequila se lanza en un clavado perfecto a través de la tráquea y ya no sabes si lo recibes ahí por pura lujuria o incompatibilidad emocional. era tan fresco, tan inocente, tan jovial, tan alegre. reinaba. no se embriagaba como el viernes, que de puro escape corría desnudo e inconsciente por las calles de la ciudad, escupía el living alfombrado y consideraba que el mejor estado edípico era creer que estaba en la selva de chiapas o en la habana de fidel. menos asqueado que el viernes, menos libertino que el sábado, se iba a escuchar tangos a la plaza italia, regresando a la hora advertida para el último trago, que no pasaba de las doce. de seguro mataba de la risa al domingo, cuando éste, aburrido como era, hablaba solo desde su galería. usualmente hablaban del viernes y del sábado que de puros degenerados debían excluirse del calendario. el jueves lo escuchaba y le daba palmadas gentiles sobre la espalda y le decía que después de todo, seremos sacados del calendario y como el ave fénix, volveremos a surgir de las cenizas y el pobre domingo, con sus eternos vientos de cuaresma que me hacían sentir como si estuviera en la vieja instantánea familiar que se muere de nada en la cocina, se lo creía todo porque el jueves era y será un tipo con mucho duende.
es lunes otra vez sobre la ciudad y aclaro que tengo los días contados. pasan sobre mí como una aplanadora y sin seguros de vida en favor de accidentes imprevistos. con cierta nota alcaloide, en sus ojos veo toques de revancha que me miran y terminan, inevitablemente, deshojándome.